jueves, 22 de marzo de 2007

A los cuchumatanes



¡Oh cielos de mi patria!
¡Oh caros horizones!
¡Oh azules, altos montes, oídme desde allí!
La alma mía os saluda,
cumbres de la alta sierra,
murallas de esta tierra
donde la luz yo vi!




Del sol desfalleciente
a la última vislumbre,
vuestra elevada cumbre
postrer asilo da;
cual débil esperanza
allí se desvanece;
y ya por fin se va.




En tanto que la sombra
no embargue el firmamento,

hasta el postrer momento
en vos me extasiaré,
que así como esta tarde
de brumas despejados,
tan limpios y azulados

jamás os contemplé.




¡Cuán dulcemente triste
mi mente se extasía,

oh cara patría mía
en tu áspero confin!
¡Cuál cruza el ancho espacio,
ay Dios que me separa

de aquella tierra cara,
de América el jardín!




En alas del deseo
por esa lotananza,
mi corazón se lanza
hasta mi pobre hogar.

¡Oh dulce madre mía,
con cuánto amor te estrecho
contra el doliente pecho
que destrozó el pesar!




¡Oh, vosotros que al mundo
conmigo habéis venido,

dentro del mismo nido
y por el mismo amor,
y por el mismo seno

nutridos y abrigados,
con los mismos cuidados
arrullos y calor!




¡Amables compañeros,
a quienes la alma infancia,

en su risueña estancia

jugando me enlazó,
con lazo tal de flores,
que ni pr ser tan bello,
quitárnosle del cuello
la suerte consiguió!




Entro en el nido amante,

vuelvo al materno abrigo,
¡oh, cuanto pecho amigo

yo siento palpitar,

en medio el grupo caro,

que en tierno estrecho nudo
llorar tan sólo pudo,

llorar y más llorar!




¡Oh cielos de mi patria!

¡Oh caros horizontes!
¡Oh ya dormidos montes

la noce ya os cubrió!
¡Adiós, oh mis amigos,
dormid, dormid en calma!
que las brumas en el alma,
¡Ay, ay, las llevo yo!




Juan Dieguez Olaverri